sábado, 6 de junio de 2009

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PARÁBOLA DE LA CARNE

Delante
del ventilador
una mujer
espera
que la desnuden
los huesos,
despeinándose
las vértebras,
hilando
el desánimo
en la oscuridad
más profunda
de sus sábanas,
casi dejando de ser
en un sanatorio
de vientres
momificados,
haciéndose desflorar
la cal
que la cubre,
encogida
delante del viento
sin ser desnudada,
deseando
ser quitada
de la carne,
del plomo rojizo
que comprime
su esqueleto,
encarnada
en un fuego
que hace arder
sus pechos calcinados
de la larga espera,
hasta ser insoportable
que ninguna momia
haya llegado
a desnudarla
de entrañas
sanguinolentas
y blanqueadas superficies
porque sólo
le quitan la ropa
y nada más,
sólo los encajes
y los vacíos
y los enormes espacios
delimitados,
sujeta a unos brazos
y a una boca,
a unas manos
y a una lengua,
a un rascacielos
de cuerpo
que la impide
ser ligera
y ser aire,
que la inmoviliza
en los cimientos,
incapaz
de volar
donde la arrastra
el ventilador
rompiendo
sus cristales y saliéndose
por las grietas
del escorzo,
hasta hervir
y desaparecer
en burbujas,
convulsionada,
incendiando sementeras
en el agua,
irritada
de escozor,
en la llama
naranja
y amarilla
que explora,
sólo
cuando terminan
de sembrarla,
enfriada
en la noche
más terrible,
en la luna
más blanca.

Sabe
que en su habitación
con una multitud
de hombres
la atraparon
su mar,
la disecaron
toda su podredumbre
viva,
todas sus escamas
postizas.

Sin
saber
que detrás
del ventilador
los espejismos
son
más
que un cuerpo.

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